Una acción es un pensamiento que se manifiesta. Un pequeño gesto que nos denuncia, por lo que debemos perfeccionarlo todo, pensar en los detalles, aprender la técnica de tal modo que se vuelva intuitiva. La intuición nada tiene que ver con la rutina, sino con un estado de ánimo que está más allá de la técnica. Así, después de mucho practicar, ya no pensamos en todos los movimientos necesarios; pasan a formar parte de nuestra propia existencia. Pero para eso es necesario ejercitarse, repetir. Y como si no bastara, es necesario repetir cuantas veces sea necesario y ejercitarse.
El arquero permite que muchas flechas pasen lejos de su objetivo, porque sabe que no aprenderá la importancia del arco, de la postura, de la cuerda y del blanco hasta después de haber repetido sus gestos miles de veces, sin miedo a errar. Hasta que llegue el momento en que ya no es necesario pensar en lo que está haciendo. A partir de entonces, el arquero pasa a ser el arco, su flecha y su blanco. ¿Me captas?
La fecha es la intención que se proyecta en el espacio. Una vez disparada, el arquero ya no puede hacer nada más, salvo seguir su recorrido en dirección del blanco. A partir de este momento, la tensión necesaria para el tiro ya no tiene razón de ser. Por lo tanto el arquero mantiene los ojos fijos en el vuelo de la flecha, pero su corazón descansa y él sonríe.
Si se ha ejercitado lo bastante, si ha conseguido desarrollar su instinto, si se mantiene la elegancia y la concentración durante todo el proceso del disparo, en ese momento, sentirá la presencia del UNIVERSO y verá que su acción ha sido justa y merecida. La técnica hace que las dos manos estén listas, que la respiración sea precisa, que los ojos puedan clavarse en el blanco. El instinto hace que el momento del disparo sea perfecto.
Quien pase cerca y vea al arquero con los brazos abiertos, con los ojos siguiendo la flecha, pensará que está parado, pero los aliados saben que la mente de quien hizo el disparo ha cambiado de dimensión, está ahora en contacto con todo el Universo: sigue trabajando, aprendiendo todo lo que ese disparo ha dado de positivo, corrigiendo sus posibles fallos, aceptando sus cualidades, esperando ver cómo reacciona el blanco al ser alcanzado.
Cuando el arquero estira la cuerda, puede ver el mundo entero en su arco. Cuando sigue el vuelo de la flecha, este mundo se aproxima a él, lo acaricia y hace que tenga la sensación perfecta del deber cumplido.
Mi conclusión sobre este tema, es que un GUERRERO de luz, después de cumplir con su deber y transformar sus intenciones en gestos, no necesita tener nada más: ha hecho lo que debía. No se ha dejado paralizar por el miedo; aun cuando la flecha no alcance el blanco, tendrá otra oportunidad, porque no ha sido cobarde.
Bendiciones y Prosperidad.
Edwin.
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