El ser humano contemporáneo es un viciado en las posesiones. Siempre queremos más: un auto más nuevo, la ropa de moda, el último calzado, el celular con más funciones (aunque ni siquiera sepamos cómo utilizarlas), una casa más grande, la última computadora, el televisor más caro.
Nos gusta la sensación de tener, de poseer. Pero peor que el apego a lo material y pensar que realmente eso es lo que importa en la vida, es transponer ese deseo hacia las otras personas.
Como si no fuesen suficientes todas nuestras pertenencias, queremos que la otra también nos pertenezca. Hacemos contratos, agregamos apellidos, compramos alianzas y nos enojamos si la otra no piensa igual que nosotros. Queremos dictar reglas en su vida, como si, del día a la noche, nos perteneciera… y muy fácilmente nos olvidamos de que nunca nadie será propiedad de nadie.
Me arriesgo a decir que el ideal del amor romántico y la falsa moralidad son algunos de los principales culpables por la forma en la que nos relacionamos hoy en día. Nos inspiramos en ficción, en poesía, en películas, y consecuentemente, nos quedamos con una impresión errónea de que cuando encontramos a nuestra media naranja necesitamos sujetarla para que ella no escape.
Transformamos nuestros amores en copias de Rapunzel sin recordar que siempre existe una salida de escape, aunque tenga que ser a través de una trenza lanzada por la ventana.
Divertido pensar que utilizamos todos los artificios que tenemos a mano para intentar una garantía de que la otra no se vaya de nuestro lado, cuando nunca deberíamos querer que alguien se quede con nosotros por pena, presión, sentimiento de culpa, los hijos u obligación.
No existe nada más lamentable que el ver a dos personas que continúan juntas e infelices por estar amarradas por unas cadenas invisibles. Deberíamos avergonzarnos por eso.
Otro problema frecuente es que, en vez de buscar otra entero, salimos atrás de nuestra mitad “aquella que pueda tapar todos nuestros huecos”, y naturalmente de esta manera, una mitad no puede vivir sin la otra. Entonces queremos que la otra se adecue a nuestros gustos, a nuestro modelo de vida, a nuestras preferencias, a nuestros valores, a nuestras necesidades y hasta a nuestros parientes.
Pero el hecho es que todos somos diferentes, y si tú amas a alguien, tienes que entender que necesitas respetar la individualidad de esa otra a quien amas. El otro no es tu sombra, ni es tu reflejo en el espejo. La mayor prueba de amor que puedes darle a alguien es amarlo y dejarlo ser libre.
Pocas cosas en el mundo son tan cobardes como el querer matar la individualidad de la otra. Queremos robarle todas sus características a la víctima (irónicamente, características por las cuales nos enamoramos) para que encaje en nuestro mundo, aún a sabiendas de que hasta hace poco tiempo atrás, nada en la vida de esa persona tenía alguna conexión con la nuestra.
Cada día buscamos más y más cómo encontrar una fórmula para que la otra no se interese por nadie más y que su atención esté única y exclusivamente volcada hacia nosotros. Esto está destruyendo las relaciones, está transformando algo que debería ser liviano y delicioso, en algo pesado “como un fardo que hay que cargar todos los días”.
No existe nada más gratificante que el saber que la otra está con uno por libre y espontánea voluntad, y no porque sienta pena, culpa, miedo u obligación. Es bueno saber que está contigo porque te escogió entre millares de otras personas, porque cada día te quiere más que antes, porque te encuentra el ser más atractivo y sexy del mundo, porque se siente bien contigo, porque le gusta que llueva para apretarse más a ti, porque le gusta besarte sin fin.
La relación debe estar hecha de opciones diarias. Tú debes mirar a la otra todos los días y pensar: “Hoy, una vez más, yo te escojo”. ¿No te parece maravilloso poder vivir una relación así? Y sabes qué, eso “y no menos” es lo que te mereces. Tenemos que entender, de una vez por todas, que la libertad debe venir de la mano del amor.
La libertad es el bien más preciado que tenemos, y si el amor en tu relación está, de alguna manera, privándote o privando a la otra de este derecho, quiere decir que necesitas darle una revisadita, porque eso es todo, menos amor.
La libertad debe ser un criterio en tu vida, y cualquier cosa que tenga la intención de destruir o de apoderarse de tu libertad hasta tragársela, está equivocado, te hace mal. Creo que eso ocurre porque ideas absurdas son colocadas en nuestra mente desde que nacemos.
Reflexión; crecemos aprendiendo que en las relaciones es necesario que exista posesión, alianzas, contratos. Y pensamos que eso es lo normal. Necesitamos ser valientes para limpiar nuestras mentes de los viejos conceptos que nos privan de la verdadera felicidad. Si te encuentras atrapado o si estás atrapando a alguien en una de estas relaciones (y no me refiero tan sólo a las relaciones de parejas), yo te invito a que hagas un alto y te cuestiones y pienses si realmente eso tiene algún sentido para ti.
Quizá es hora de romper las viejas ataduras para dar lugar a la felicidad de la vida real y dejar de vivir un cuento de hadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario