¿Para qué te pasa lo que te pasa? Una pregunta recorre el mundo ¿por qué? ¿Por qué a mí? La hacen quienes ven fracasar una relación amorosa, quienes se quedan sin empleo, quienes pierden un ser querido en circunstancias inesperadas, aquellos a quienes se les diagnóstica una enfermedad grave, los castigados por un fenómeno natural, las víctimas de la impericia y la mala fe de los gobiernos y de los banqueros, los que ven hundirse su más preciado proyecto. Y tantos más. La lista es interminable. “¿Por qué? ¿Por qué a mí?”
Preguntarnos por qué ante aquello que nos mortifica, e insistir en este cuestionamiento, equivale a comprarse un bono para la impotencia, la angustia, el dolor emocional crónico.
La búsqueda del porqué en movimiento al detective que habita en nosotros. Vamos tras la pista, tras las huellas, unimos indicios, interpretamos hechos y actitudes tanto nuestras como de otros y solemos llegar, por fin, a una evidencia que nos parece irrefutable. Hemos dado con el porqué.
¿Calma eso la angustia? ¿Serena nuestra alma? ¿Nos devuelva la paz perdida? Habitualmente ¡NO!.
Las respuestas a las preguntas “¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?” Son analgésicos que anestesia el dolor, pero una vez pasado el efecto, este regresa potenciado.
Ningún porqué cambia la situación vivida ni reescribe la historia. Lo que ha ocurrido ha ocurrido. Preguntar por qué suele dejarnos de cara al pasado y de espalda al camino que nos espera. Todas las respuestas que podamos encontrar estarán detrás, en el camino recorrido e irreversible.
Eso genera impotencia, desasosiego, también resentimiento. Pero hay algo más: ¿Por qué no? ¿Por qué no habría de pasarte a ti o a mí, por muy buenos que seamos? ¿Acaso hemos firmado un contrato de inmunidad? ¿La vida o sus representantes nos han otorgado un certificado de garantía contra el dolor, las pérdidas, la frustración? No, no existen tales garantías.
Un Componente esencial de la vida es la incertidumbre, aquello que está fuera de nuestro control, de nuestras previsiones e incluso de nuestra lógica, que todo lo explica y todo lo acomoda. ¿De quién esperamos respuestas cuando preguntamos por qué las cosas son como son? ¿Del Universo, del destino de la vida, de los astros?
Son todas abstracciones, ninguna respuesta vendrá de allí. Pero por encima de todo, no obtendremos la respuesta que nos satisfaga porque nos hemos equivocado en nuestro papel. Nos hemos puesto en el rol de interrogadores, cuando en verdad somos interrogados.
¿A quién hemos de responder? A la Vida. Ella nos interroga a través de situaciones y circunstancias. Lo hace todo el tiempo. Algunas de sus preguntas son fuertes y dolorosas. Pero todas tienen razón de ser. ¿Cómo respondemos? A través de nuestras elecciones, de las decisiones que tomamos. Y a través del modo que nos hacemos cargo de las consecuencias de esas elecciones y esas acciones.
Cuando respondemos ante diversas circunstancias con que la vida nos confronta, ejercemos nuestra responsabilidad. Así como las cuentas de un collar se ordenan cuando se ensarta en un hilo, nuestras acciones se organizan en nuestra historia y, al verla en perspectiva, encontramos la razón de las situaciones vividas. Advertimos que tenía un para qué y ese para qué remite el sentido de nuestra vida.
Esta es la pregunta esencial ¿Para qué me ocurre lo que me ocurre? ¿Para qué a mí? ¿Para qué ahora? Al interrogarnos así, dejamos de mirar hacía atrás, hacía lo inmodificable, y se nos abre el porvenir. Aquello que nos ocurre, incluso lo más duro, tiene una razón que nosotros debemos descubrir. Esta ahí para que nos conectemos con nuestros valores, con nuestros propósitos existenciales, para que revisemos el estado de nuestros vínculos, las prioridades de nuestra vida.
Reflexión; en el ser humano se libera una serie de energías misteriosas tan pronto como aflora la consciencia de un para qué. Esa noción de sentido suele manifestarse incluso en el sufrimiento y, muchas veces, sobretodo en él. Te daré unos pequeños ejemplos:
“He perdido un ser querido y en medio de mi dolor, descubro que fui afortunada por tenerlo, que gracias a él conocí el amor y pude darlo y recibirlo, y que, si las cosas volvieran a ocurrir así, no dudaría en vivirlas de nuevo”.
“Me he quedado sin empleo y eso me lleva a preguntarme si estaba haciendo lo que quería realmente, si no tengo una vocación postergada y me había apegado a una falsa seguridad, si no es ahora de hacer lo que soy en lugar de ser lo que hago”.
“Se deshizo mi pareja; agradezco aquello que él agrego a mi vida a la vez que descubro que ese vínculo había dado ya lo suyo y que yo estaba confundiendo el agua (“mi autentica necesidad del amor”) con el grifo, la persona que supuestamente me lo daba”.
En pocas palabras amigos lector, el apego nos lleva a menudo a no aceptar que las cosas son como son y a desperdiciar la oportunidad de explorar nuevos caminos y de poner en uso potencialidades que hemos olvidado o desechado. Preguntarnos todo el tiempo por qué, no nos ayuda a desapegarnos.
bendiciones
EDWIN